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Anclados al destino

Anclados al destino

Héctor Piñero Díaz. Novela. 1 Edición. 2009. cartoné. 15x21 cm. 464 p. ISBN: 978-84-936980-4-1

Transcurría el año 2006, cuando un magnífico escritor llamado Paul Auster expresaba: …el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? Después precisaba: Hacer algo por puro placer.... Este canto a una discutible presunta inutilidad, ha sido, sin embargo, dedicación plena y casi siempre callada por bastantes narradores y novelistas. Es lo que presumiblemente haya motivado, distante de vanas pretensiones, quien se ha entregado al vicio impune de la lectura, certera definición de Paul Valèry; el mismo que ha conocido tanto soledad como, encuentros y diálogos: Héctor Piñero Díaz, esmerándose desde su juventud en descifrar los entresijos paralelos concebidos por numerosos creadores, y, para él, más concretamente, la genialidad de Miguel de Cervantes y su inmortal Don Quijote de la Mancha; el talento de Fédor Dostoyevski o cómo sumergirse en la laberíntica y compleja pasión humana, presente en Crimen y castigo o en El idiota, o la razón vital heideggeriana que tanto influiría en José Ortega y Gasset, brillante forjador de España invertebrada.
Tras su primer libro –cuya dignidad reclama ser reeditado-, Notas de ayer. Cuentos, ensayos, paisajes, paisajes, reflexiones, acertada recopilación de trabajos aparecidos en la prensa, ahora nos aproxima su novela Anclados al destino. Texto el suyo que discurre por una ciudad algo marchita, urbe que puede ser imaginada en forma de somnolientas calles, poblada por escasos viandantes, de constante monotonía, y la mesura en la que se rendía culto a conversar. Ciudad signada con el adverso envés de un abierto o solapado ambiente inhóspito; no sólo el que suele caracterizar a toda sociedad provinciana, sino la larga y hasta siniestra noche impuesta por la dictadura. En aquella tiranía, extenso el bostezo y el temor, porque la libertad se hallaba secuestrada. Trata la novela de lo singular que es en ocasiones el trazo rectilíneo de reiteradas cotidianidades, hasta el punto de erigirse en original museo de espejos. Su obra viene dada por el pálpito de sus protagonistas. Porque Anclados…exalta, en cierta manera, determinada moralidad. No obstante, dos son los protagonistas, superlativamente erigidos. En primer lugar, Gonzalo, escéptico y romántico, abundante en dudas, mecido por algunas zozobras, y que busca con ahínco tanto la amistad como el amor. La flexible resistencia del bambú, ennoblecido por la poesía oriental y el mismo Lao Tse, como la intrínseca fragilidad de la siempre difícil existencia, coinciden en la innegable condición humana, y encuentran en él el carácter de una persona compleja, levemente solitaria y pródiga en lo dubitativo.
La hechura de Gonzalo, y de otros personajes, se ajusta a lo que yo he atrevido en denominar viaje estático, consustancial al ser humano, preso de una doble insularidad, que lo limita y expande, ora hacia fuera, ora hacia dentro, más siempre cercado. En segundo lugar, aparece resueltamente Encarna, que encuentra complementariedad narrativa con Gonzalo. Mujer atraída por el misterioso abismo del voluntario y definitivo exilio, besada por el embate del oleaje como si de un permanente adiós se tratara.
Es cuando cobran medularidad las palabras de Paul Auster: Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? Para proseguir: Hacer algo por puro placer… Adquiere sustantividad en la obra de Piñero Díaz, como si de un psiconauta trayecto se tratara, tránsito anímico calibrado por Ernst Jünger. En la estrategia escrita por el hacedor de Anclados… destaca el hombre ligeramente rebelde, cuyo propósito se intensifica en crear, haciendo caso omiso a loa dictados que la simpleza humana acata con obediencia y hasta enfermizo placer.
Dotado de suficiente capacidad para indagar, interpretar la realidad, expresar, y redefinir lo escrito por el poeta Juan Ramón Jiménez –Cuando te den papel pautado, escribe por el otro lado-, su destreza narrativa, buena articulación del diálogo –debe yacer en todo texto narrativo-, y caber encabalgar los capítulos, genera la omnipresente urdimbre que habita Anclados al destino. Viaje entre líneas el descrito por Héctor Piñero Díaz. Imaginario escritural donde late, consciente o inconscientemente, cierto perfil autobiográfico. Él ha sido un omnisciente protagonista más, en el acogedor reflejo de su novela, mostrándose coherente con lo expuesto por Luis Landero: El hombre es sobre todo un animal narrativo. Tal voluntad queda patentizada en quien ha moldeado una novela que merece ser leída, alzándose ante la sub literatura que padecemos en una chata y anodina sociedad donde el libro ha sido cosificado, vulgarmente transformado en mercancía. De lo argumentado, consta irrebatible el firme pulso de un escritor que continúa oteando el sueño del horizonte deseado para convertirlo en realidad.


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